“Cada signo designa algo y remite a algo. Pero, al mismo tiempo, cada signo esconde también algo, y desde luego no esconde -como normalmente se afirma- la ausencia del objeto designado, sino sencilla y simplemente un trozo de superficie mediática, el trozo que ese signo ocupa material y mediáticamente. De ese modo, el signo tapa la visión del soporte del medio que lo soporta. Por eso, la verdad mediática del signo sólo se muestra cuando ese signo es eliminado y retirado, posibilitando así la visión de la forma del soporte”.
BORIS GROYS
La exposición “Nos mudamos”, de Javier Muro (Pamplona, 1968) para el Centro Huarte de Arte Contemporáneo, se concentra en la actitud fundamental propia de las bases fenomenológicas de la estética de hoy, las cuales tratan de imponerse sobre el predominio previo y el influjo extraordinario que el arte conceptual ha tenido hasta nuestros días. Dicha actitud fenomenológica postula observar sencilla y honradamente las apariencias de las cosas y de los hechos, describirlos con minucia y claridad de diseño y narrarlos con penetrante sentido ilustrativo, procurando combinar la exactitud depurada de esos aspectos exteriores de la realidad intuida, con la amplitud y la hondura de la especulación de carácter poético -es decir, profundamente activador, creativo- del arte.
El itinerario de la muestra se desarrolla a través de una sucesión de una docena de propuestas, obras de diversa configuración en las que la actividad escultórica de Muro se va articulando con elementos del arte objetual, con las maneras expresivas y simbólicas de utilizar los desechos según la estética del consumo y del desperdicio del pop-art norteamericano y del arte povera italiano, con el uso cada vez más ampliado de la fotografía, con el vídeo, con las instalaciones, con la deconstrucción o el desmontaje, y con el ensamblaje y la reconstrucción. Todo lo cual subraya el afán de nuestro artista por alternar medios expresivos diferentes y por sintonizar con la pluralidad y complejidad de la creación escultórica más actual.
A pesar de ello, y por encima de esa diversidad y mezcla de materiales, técnicas y lenguajes, la exposición se sostiene unitaria, como globalidad, pues gira sobre un eje o propósito predominante: tratar de dar presencia física al tiempo; es decir, lograr hacer presentes -como escultura- intuiciones, ideas y significaciones relativas a ”lo temporal”, situándose el escultor y sus propuestas en los difíciles terrenos fronterizos existentes entre el mundo sensible y el inteligible, para -dentro del contexto de invención de los artistas- distinguir entre la apariencia y la verdad en un universo de fenómenos, potenciando a la vez la significación del gesto artístico.
En las conversaciones que hemos mantenido comentando las obras que se presentan en esta muestra, Javier Muro se ha reafirmado continuamente en la idea de que “el tiempo es, en último término, la piedra angular de la exposición; o, al menos, a mí así me lo parece. No tanto porque sea el tiempo la temática que sugieren muchas obras, sino porque es el propio tiempo, a modo de un algo sustancial, el que forma parte de muchas de estas propuestas. Algunas de ellas están a medio camino, en un proceso de transformación, como de tiempo congelado. Por ejemplo, el paso del tiempo como material de la obra es obvio en la camilla de gabinete médico, titulada Tránsito (*), cuyos elementos de metacrilato transparente contienen una amalgama heterogénea de envases de productos comerciales, etiquetas publicitarias y detritus domésticos y urbanos”.
Efectivamente, estos envoltorios desgastados y estos desechos de nuestra existencia cotidiana vienen a ser -de por sí y en sí mismos- materiales dotados de una vitalidad muy peculiar y de una gran movilidad en el espacio y en el tiempo, constituyendo un fenómeno muy dinámico y de existencia acusadamente efímera. Son, pues (según el sentido originario del término “aion”, que era una de las denominaciones fundamentales que los griegos clásicos daban al “paso del tiempo”), una materia que pone de manifiesto la corta duración de una época y, en especial, la breve temporalidad de la vida humana individual y de cuanto a ella se refiere. Nuestro escultor, por su parte, sabe encontrar en estos materiales pequeñas unidades y percepciones de registro cronológico que funcionan como latidos de lo temporal. A través de esos latidos, y en obras como ésta, la titulada Tránsito (esa particular camilla de hospital que representa un “lugar del devenir” humano, situado sobre el dolor y la inquietud que en nosotros provoca la advertencia de lo efímero), Javier Muro experimenta, interioriza, sintetiza y comunica que el pasado termina siendo lo que se recuerda, que el futuro consiste en lo que se aguarda y que el presente se cifra en aquello a lo que se está atento. Alienta, así, en estas obras una alternancia continuada de fenómenos, sensaciones y expresiones relacionados con la memoria, la espera y la atención.
Una serie de tres fotografías acompaña -como importante elemento adicional- a este mueble-escultura de diseño y de “apariencia” quirúrgicos, enriqueciendo y completando el conjunto del proyecto como obra global, y subrayando el hecho notorio de que la pieza escultórica se transforma gradualmente al ser instalada dentro del espacio arquitectónico de una clínica, concretamente en la sala de laparoscopia del Hospital Virgen del Camino, de Pamplona; es decir, en una “verdadera” sala de exploraciones médicas.
Así, a través de esa serie fotográfica, Javier Muro separa la pieza escultórica de este proyecto de los ámbitos expositivos y museales habituales, y no sólo la introduce en un espacio hospitalario, sino que además la sitúa en tres puntos diferentes dentro de esa sala concreta de laparoscopia: primeramente, junto a la puerta de ingreso (aludiendo con ello -de manera calderoniana- a la entrada del hombre en el mundo a través de la puerta del nacimiento); la coloca, después, en medio de la sala (refiriéndose a la enfermedad y al dolor como fenómenos que acechan y rodean la existencia humana a lo largo de toda nuestra existencia); y la dispone, por último, en un sitio lateral -a nuestra derecha- próximo a un enigmático recorte fotográfico de configuración rectangular, lapidaria, intensamente tintado de oscuro, de negro muy denso (imagen simbólica del encuentro del hombre con el misterio insondable de la muerte).
De esta manera, Muro, por una parte, transforma el espacio de exposición y sus mecanismos y convenciones de exhibición; amplía, asimismo, la dimensión y proyección del objeto escultórico, posibilitando su conversión en instalación; y, finalmente, el escultor postula un modo más participativo y crítico de contemplar, leer e interpretar la obra de arte, unificando e intensificando una forma más unitaria de interacción visual, táctil o física (inclusive somática) y cognitiva del espectador con los materiales, los objetos y las estructuras que se exponen.
ESCULTURA Y POÉTICA ARQUITECTÓNICA
Dentro de estos mismos propósitos y maneras de hacer que resalten en la obra de arte las relaciones intrínsecas que los materiales comerciales y publicitarios suelen mantener con el concepto de tiempo o con la vivencia y las expresiones del discurso de la temporalidad, se encuentra en esta exposición la escultura titulada En venta (). Consiste en una maqueta pequeña, muy sencilla, elemental, realizada en metacrilato, de una casita transparente rellena de un revoltijo de restos multicolores de papelotes publicitarios y de envases de cartón y plástico referentes, sobre todo, a productos de consumo alimentario y de tabaco. Sin embargo, por encima de la expresión de “lo temporal”, en este nuevo proyecto resulta determinante otra de las intuiciones, ideas y claves rectoras del proceso creativo de Javier Muro: me refiero a su interés creciente por establecer correspondencias o vinculaciones estrechas entre la obra de los escultores y el trabajo de los arquitectos. Para ello nuestro artista conecta la realidad radical de la escultura estimada como objeto o espacio tridimensional, con el fenómeno espacial característico de la arquitectura, la cual se concibe como recinto o ámbito construido -es decir, como espacio que se desarrolla y fluye simultáneamente entre un interior y sus exteriores-. Dentro de esta orientación, Muro utiliza imágenes esquemáticas de la arquitectura tradicional, centrándose especialmente en el prototipo de “vivienda”, a la que representa unas veces como “casita” o unidad familiar de formas elementales, aislada y de diseño acusadamente geométrico y cerrado sobre sí mismo -como lo hace en esta pieza que comentamos, titulada En venta-. Pero, otras veces, recurre a incluir en su escultura imágenes de volúmenes arquitectónicos generales, fachadas -más o menos monumentales- y paramentos de los actuales edificios de viviendas distribuidas en pisos. Asimismo, en determinadas ocasiones, Muro se interesa en que su escultura radique en establecer deconstrucciones y reconstrucciones de elementos arquitectónicos aislados, e inclusive en que su obra consista en representar juegos de imágenes sacadas de su contexto habitual, provocando alteraciones extrañas, poéticas, imprevistas o inquietadoras en el imaginario cotidiano de los ámbitos interiores de su propio domicilio personal. Para concluir nuestro comentario sobre el proyecto En venta, merece la pena reparar en la relevancia que cobran en esta obra las imágenes de la secuencia fotográfica que acompaña a la maqueta de la casita de metacrilato. Sorprende el hecho de cómo la pequeña maqueta, al cambiar profundamente de escala y al ir alterando sus localizaciones en una geografía de paisajes diferenciados, cambie asimismo completamente de “sentido” y provoque interpretaciones muy diferentes y abiertas. Así, y a título de ejemplo, esta casa repleta de envases y elementos publicitarios referidos a la alimentación humana, se convierte en un sospechoso “objeto de observación y análisis” si aparece situada en un campus universitario, como el de Pamplona, junto a la limpieza aséptica de un edificio moderno, como el del CIMA (Centro de Investigación Médica Aplicada); en cambio, si el volumen humilde de este edificio colorista se alinea con otras construcciones similares en la acera de una calle pueblerina tranquila, su icono pierde buena parte de su singularidad, y puede funcionar como “un testimonio más” de las situaciones habituales en las que desemboca nuestra cultura de consumo; y todavía esta misma imagen puede resultar aún “más natural y actual”, o “más moderna y mejor asumida”, si la situamos en una zona comercial o industrial, poblada de construcciones y naves en venta, como ocurre aquí, en la tercera “vista” de esta serie fotográfica, donde su elemental arquitectura aparece rutilante y contrapuesta al edifico elevado de un silo. El arquetipo arquitectónico de “casa” o vivienda unifamiliar vuelve a ser utilizado por Javier Muro en la obra expresivamente titulada Mueble/Inmueble (), que consiste en transformar una mesita baja -de tipo castellano, dotada de cajón-, en un poderoso y emblemático volumen constructivo. El factor lúdico y la ironía son matices recurrente en la obra de nuestro artista, y en esta pieza se hacen notorios desde el mismo título de la escultura, que se convierte en un juego de palabras de la misma raíz, pero en las que se contraponen los términos que designan a los enseres movibles domésticos y a los edificios que los albergan. En esta obra la operación lúdica entre apariencia y realidad queda subrayada al dejar el escultor al descubierto el cajón practicable y una parte de las patas del pequeño mueble que resulta “disfrazado de edificio”, o sea, de “inmueble”. Finalmente, el etiquetado de “muy frágil” aplicado al fenómeno de “la construcción” parece ironizar sobre el engranaje de contradicciones que subyacen en diversos sectores de nuestra actualidad económica y social.
Con distinto nivel de sutileza -e inclusive, en este caso, de poesía- Javier Muro ha aplicado ese insistente gusto suyo por lo lúdico, lo sorprendente y lo burlón en los limpios términos y matices con los que ha denominado la pieza y ha resuelto el acabado de esta otra pequeña y exquisita escultura que ha titulado Inmóvil (). Se trata de una composición acusadamente volumétrica, que, dotada de instinto de monumentalidad, centra su interés en señalar los significados ambiguos de las tipologías arquitectónicas (como columnas, arcos, paramentos murales, huecos…), centrándose en esta ocasión en “jugar en el espacio” con la estructura elemental y con los elementos de cierre de una techumbre, apoyándola en el plano del soporte escultórico sorprendentemente por medio del poderoso tocho de su chimenea. El cuidadoso acabado de la pieza y el hecho de dotarla de imágenes esquemáticas habituales en la señalética del transporte comercial (concretamente, en este caso aparecen los iconos del protector paraguas abierto y de las flechas de posición vertical) proporcionan a la obra una seductora intolerancia y una extraña autonomía respecto al posicionamiento y a los límites de los espacios que una construcción arquitectónica está llamada a ocupar. Otra obra muy particular, y que funciona con atractivo especial dentro de esta exposición, es el montaje escultórico titulado Cruce (): en esta propuesta Javier Muro insiste en utilizar el prototipo elemental de “casita”, pero el hecho de realizarla en granito negro confiere al volumen de esa pequeña y hermética maqueta arquitectónica la sensación de una densidad, de una fuerza centrípeta y de un peso muy acusados. Seguidamente ha situado esa pequeña maqueta constructiva sobre un mueble doméstico: una mesa de planchar, a la que ha sustituido su tablero de madera por una placa asimismo de granito, cuyo color gris muy oscuro recuerda la tonalidad del asfalto del pavimento de las carreteras y de las vías urbanas. Sobre ese mismo plano de este mueble doméstico el artista ha diseñado un geométrico cruce de caminos, en el que la pequeña casita queda emplazada, solitaria, aislada por completo. Esta maqueta -diminuta en sus dimensiones, condensada en sus valores volumétricos y estructurales, y situada aisladamente en la esquina de un enorme cruce de caminos- recuerda vivamente el lenguaje esencialista y despojado, así como los desoladores efectos expresivos que en el último tercio del siglo pasado desarrollaron determinados artistas minimalistas, siguiendo la dirección poética del escultor norteamericano Joel Shapiro, que orientó su trabajo “desde la forma a la idea”, así como atendiendo a las agudas puntualizaciones del arquitecto luxemburgués Leon Krier, a partir de su axioma de que “la arquitectura no es un sistema metafísico, sino artístico”.
Al igual que ocurre en esta obra -la titulada Cruce-, encontramos mezclas singulares de iconos arquitectónicos y elementos objetuales (objetos diversos y mobiliario doméstico) en otras piezas caracterizadoras de la etapa por la que actualmente atraviesa el proceso escultórico de Javier Muro. Parece lógico que ocurra así, dados el interés y la relevancia que el arte objetual ha tenido en la primera fase del desarrollo personal de su poética; ese interés alienta todavía en su práctica de la escultura, por más que ésta se oriente a los dominios abiertos por la nueva arquitectura, así como tiene en cuenta las nuevas posibilidades que la fotografía y el vídeo (inclusive el cine) brindan en la actualidad al arte de la plástica.
Siguiendo esa combinatoria de elementos arquitectónicos y objetuales destacan en esta exposición dos propuestas amparadas bajo un título común (que, por cierto, es el mismo que denomina al conjunto de la muestra): Nos mudamos (). Una de estas obras es de carácter absolutamente escultórico, y consiste en una gran caja de embalaje, cuya configuración general y disposición directa sobre el suelo recuerdan claramente la imagen de un ataúd. En la cabecera de dicha caja de madera se reproduce -en relieve- el conjunto de fachadas de una moderna casa de pisos. La otra propuesta es de registro fotográfico, y está compuesta por un ciclo de fotos en las que un edificio urbano completo aparece dispuesto dentro de unas cubiertas embaladoras, preparado para ser transportado bajo medidas de seguridad, para lo cual el embalaje está dotado también de iconos señaléticos y de cintas adhesivas que avisan de que su contenido es “muy frágil”. Sobre estas dos propuestas Javier Muro piensa que lo que en ellas prima es, una vez más y en definitiva, la expresión del paso del tiempo. “Se trata de unas obras -dice él- que están a medio camino, en un proceso de transformación, como de tiempo congelado. En las transformaciones (como el gran ataúd-casa) se ve claramente la idea de compás de espera o pauta temporal, dentro inclusive de lo que es la propia obra física. Está y aparece como si hubiera sido sorprendida y congelada en su particular transformación. Me recuerda a aquella jofaina bautismal que -en “La Montaña Mágica” de Thomas Mann- el niño Hans Castorp miraba con excitación en casa de su abuelo, ya que la jofaina tenía grabados los nombres de todos los antepasados por los que había sido utilizada, pero por ella, sin embargo, se podía decir que no pasaba el tiempo. Se trata de objetos que remiten al tiempo y que de alguna manera se construyen con él”. La importancia que Muro da a esta especie de materializaciones plásticas de la temporalidad, lo ha motivado a realizar su primer vídeo sobre el mismo referente -y bajo el propio título también- de Nos mudamos. A otro respecto, aunque prosiguiendo nuestro artista en su gusto por la actividad lúdica, y, en especial, por construir esculturas-juguete, Javier Muro presenta en esta exposición un conjunto de nueve fotografías integrantes del interesante ciclo titulado En casa (). Basadas muchas de ellas en las posibilidades que brinda el montaje fotográfico, sus iconos resultan seductoramente imaginativos. Como observaba José Ferrater Mora, los pensadores modernos y contemporáneos reconocen la imaginación como “una facultad (o, en general, actividad mental) distinta de la representación y de la memoria, aunque de alguna manera ligada a las dos: a la primera, porque la imaginación suele combinar elementos que han sido previamente representaciones sensibles; a la segunda, porque sin recordar tales representaciones, o las combinaciones establecidas entre ellas, no podría imaginarse nada”.
Así lo testifica este ciclo fotográfico, a cuyo través Muro introduce en los ámbitos íntimos de su propio domicilio imágenes de los alrededores de su casa. Se trata de iconos muy sencillos y directos de edificios aledaños, de trampillas del alcantarillado, de aparcamientos de coches, de glorietas para la circulación ajardinadas…, pero que resultan altamente sorprendentes al “aparecer” en la obra de arte o como un objeto escultórico que acompaña en la cocina al mueble de la lavadora, o como una metálica y peligrosa portezuela abierta hacia el vacío en el suelo entarimado del salón, o como una hilera de automóviles alineados -para siempre- junto al mamperlán de un pasillo… Estas imágenes son, en efecto, “representaciones” o “presentaciones nuevas” de fenómenos urbanos cotidianos, los cuales, a su vez, forman parte de nuestra memoria urbana. Sin embargo Javier Muro es capaz de dotar de consciencia poética a estas representaciones de lo conocido, de lo común, reafirmando el luminoso pensamiento del filósofo Francis Bacon cuando afirmaba que “la imaginación es la facultad que se halla en la base de la poesía”.
RECONSTRUCCIONES DE MOBILIARIO
Y DE ELEMENTOS DE USO
El año pasado (2009) el Museu d´Art Modern de Tarragona organizó una exposición monográfica a Javier Muro, quien en 2006 había ganado el XXXIII Premio de Escultura de la reconocida Bienal d´Art que convoca la Diputació tarraconense. En esa exposición nuestro artista presentó una selección de esculturas objetuales, construidas con muebles domésticos y con elementos de uso familiar, en los que Muro interviene reinterpretando o reinventando nuestro mundo cotidiano, y estimulando asimismo al espectador a “mirar las cosas, los objetos y el día a día desde una perspectiva mucho más dinámica y viva”. Ahora, en esta muestra de Pamplona, el artista insiste en hacer presentes algunos de esos singulares muebles-escultura, pero modificando su montaje -hasta el punto de convertirlos en instalación-, junto con nuevas esculturas de carácter objetual regidas por el principio de atender a la disposición ambiental de la obra de arte en el espacio en que se expone (museos, salas institucionales, espacios públicos, galerías de arte…), y regidas también por las acciones de la fragmentación, la deconstrucción y la reconstrucción, cuyos criterios evidencian el camino recorrido en los años más recientes por Javier Muro. Se trata de una senda que se desliza hacia una progresiva reinterpretación personal de determinados registros del process art, o arte procesual.
Así lo comprobamos en piezas recientes, como las tituladas Game over () y Reconstrucción (). La primera está integrada por una escalera de mano doméstica, de doble vertiente. Los peldaños de uno de sus declives se han manipulado de tal forma que el mueble resulta impracticable, al tiempo que al otro de sus declives se le ha añadido -como un rutilante elemento decorativo, de naturaleza pop- una sucesión de elementos de la carcasa multicolor de una máquina tragaperras. A su vez, la segunda de estas obras, la titulada Reconstrucción, consiste en una intervención de ruptura y nueva construcción -muy creativa- efectuada sobre un mueble popular: una mesita de baja calidad material y de estilo chippendale acusadamente kitsch, a la que Javier Muro le ha cortado una pata, con la cual ha diseñado una especie de maqueta de edificio postmoderno, de arquitectura muy libre y aérea, desarrollada en chapas y plástico, que ocupa el tablero de la mesa, convirtiéndolo así en una suerte de “espacio urbanizado”.
Dentro de las excentricidades poéticas -y críticas- de lo procesual, en las manos de Muro estos objetos de uso cotidiano se transforman en “productos polifónicos”, o sea, en conjuntos de elementos de diferente procedencia estética, en que cada uno de ellos expresa “su” propia poética, pero formando con los demás un todo armónico. Son obras, asimismo, en las que se percibe todavía el perfume penetrante de temporalidad que persiguió la “transvanguardia fría” desarrollada en la segunda mitad de la década de 1980, dentro de la cual -como ha observado Achille Bonito Oliva- “la neo-objetística no supone trabajar con objetos aislados en su soledad metafísica, sino con objetos atravesados por distintos procesos de contaminación, que sedimentan un cierto espesor temporal en tanto que objetos transidos de pasado y de presente, de antes y de ahora y, en definitiva, de historia”.
Pero no sólo me refiero ahora exclusivamente a los postulados de “escultura de carácter mobiliar” ya analizados, los cuales subrayan la “desviación poética” de ciertas obras anteriores de nuestro escultor, quien últimamente está transitando desde su gusto originario por la razón constructiva -e inclusive por las estructuras primarias-, hacia la antiforma, lo exótico y lo excéntrico. Me refiero también al empeño que simultáneamente pone nuestro artista en establecer diferencias entre las “formas de contenido” y las “formas de expresión”, al tiempo que pretende identificar -a través del proceso de realización de cada obra- aquellos momentos creativos en que se produce una forma emocionante o altamente significativa. Se trata de esa forma tan especial que Txomin Badiola ha denominado “un resplandor de sentido”. Pues bien, Javier Muro busca, captura y desentraña en su trabajo esas formas eminentemente “artísticas”, sometiéndolas a estructuraciones diversas y a proposiciones caracterizadoras de “lo procesual”, tales como las referidas a las relaciones vinculantes entre escultura/arquitectura, obra/creador, obra/cambios de estructura y obra/espectador. Otros medios y procedimientos del process art, que Muro utiliza con acusada personalidad y muy eficazmente, son las imágenes dotadas de carácter narrativo y los sistemas de teatralización de los espacios.
Un buen ejemplo de la capacidad que tiene nuestro artista para dar forma representable o narrativa a su obra, así como para dotar de carácter noblemente escénico o espectacular a los espacios interiores y envolventes de sus esculturas, lo encontramos dentro de esta exposición en la instalación Exit (), basada en el diálogo que el artista establece entre un armario y una mesita de noche, que Javier Muro ha transformado en espacios ficticios, complejos, arquitectónicos y diversificados, o sea, en esos “productos polifónicos” que acabamos de citar, llamándolos con la expresión utilizada por Stephan Schmidt-Wulffen, al referirse a la capacidad narrativa y al lenguaje metafórico de los jóvenes escultores alemanes de finales del XX. En efecto, Muro dota a estos muebles de una mezcla singular de magia, surrealidad y exotismo, al “esculpirlos” de una manera imprevisible; o sea: fracturándolos en buena parte; grapando sus hendiduras y aberturas con lañas de aluminio; suprimiendo los tableros de sus fondos; dotándolos de elementos de metacrilato y de transparencia y de reflejo; alicatando sus interiores con mosaicos vidriados; pintando sus paredes exteriores de blanco impoluto… El resultado sorprende, pues las suyas son unas intervenciones que aúnan conceptos e intuiciones, elementos materiales, técnicos y de lenguaje de la escultura mobiliar y de la construcción arquitectónica, reconciliando efectos formales de signo muy diferente, que le sirven para proponer juegos insólitos de perspectivas y de proyecciones espaciales, a la vez que abre el conjunto de la instalación a nuevas maneras de percepción y de interpretación. Otra interesante propuesta de carácter “polifónico” es la Suite Reconstrucciones (): un conjunto de cuatro piezas que se exponen juntas y que conforman una obra unitaria. Se trata de un tipo de escultura que, de entrada, recuerda al procedimiento “sustractivo” preferido por Gordon Matta-Clarck, consistente en seccionar partes de un todo preexistente (un mueble o, inclusive, un edificio) y en subvertir su coherencia estructural originaria o “normal”. En el caso de esta suite, Javier Muro describe su proceso de realización recordando que “primero compré un mueble -de un solo cajón-. Más tarde lo corté en cuatro partes. El reto era hacer una escultura diferente con cada uno de estos pedazos del mueble original. Por supuesto, cada una de las cuatro obras nuevas debía tener en cuenta la propia física del objeto del que partía. El resultado puede sorprender porque es muy formal -incluso oteiziano-, pero no me importa. Lo que pone en valor a esta obra es el hecho metafórico al que remite, o sea, a la reconstrucción, que es de hecho su propio título. De lo que aquí se trata es de hacer un todo desde una parte; o lo que es lo mismo: reconstruirse en la vida, tras la desgracia, la enfermedad, el paso del tiempo… Las piezas son negras, aunque le he dado un rojo muy neutro a lo que eran las formas y la estructura originales del mueble. Así, de alguna manera este antiguo mueble se puede reconstruir siguiendo la pauta de su color. En cualquier caso creo que la obra es pertinente en sí misma y dentro de esta exposición, porque sigue hablando del tiempo, que, como ya he indicado, es la dominante de esta muestra”.
De otra parte, esta suite declara cómo Javier Muro está utilizando recientemente la contradicción existente entre las exigencias derivadas del formalismo constructivo oteiziano y los cambios formales y estructurales continuados que postula la temporalidad procesual, como causa de la nueva articulación -o articulaciones cambiantes, creativas- de la obra escultórica. Con ello su estrategia se sitúa en línea con la actitud de los escultores -especialmente los escultores vascos- que actualmente, como ha señalado Inazio Escudero, “han invertido el sentido utópico de la escultura constructivista para convertir el espacio escultórico en un lugar perturbado por la multidimensionalidad de registros que afectan a nuestra vida diaria”.
JOSÉ MARÍN-MEDINA