TEXTO DEL CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN LOS DÍAS EN LA CAPILLA DEL MUSEO DE NAVARRA. 2022 – 2023
Como ya es habitual en mi trabajo, las piezas que conforman esta exposición parten de objetos reconocibles que son transformados, intervenidos, hasta conseguir un contenido objetivo que remite a otro subjetivo, ideal. La cuidada elección de los muebles previos es importante para avanzar en ese ideal de la escultura, ya que la información que posee el objeto original sirve de punto de partida al desarrollo posterior. Un “a priori” que direcciona la intervención y, de alguna manera, “contamina” su sentido, sus posibilidades de interpretación. Es esta elección del objeto a transformar, que lanza la escultura en una dirección determinada, el primer paso de un proceso que culmina en un nuevo objeto ahora simbólico, evocador.
Para esta exposición en la Capilla del Museo de Navarra propongo una estética negra y ortogonal, muy contrastada con el espacio expositivo –barroco, dorado, orgánico, suntuoso–. Este contraste estético genera no sólo una antítesis formal sino otra más profunda, ideológica. Tanto el espacio como el tiempo están muy presentes en no pocas de las esculturas expuestas: el espacio, articulado con una suerte de estructuras simples y poderosas; el tiempo, con la referencia a un proceso, un despliegue lento de la forma en ese espacio evidenciado.
Hay además una referencia clara a la línea del tiempo que se genera en el desarrollo de la entropía, confirmando como cierta la única verdad del antes y el después.
El proceso concluye en la casa invertida, aunque esa forma ya se dejaba ver en la geometría previa del mueble seleccionado, en sus planos y encuentros. Ya estaba ahí.
El observador la descubre como una verdad previa que ha evolucionado e intuye que el proceso solo está temporalmente detenido por su presencia, creándole el sentimiento de que una vez que la exposición se vea libre de su observación seguirá evolucionando, en un movimiento lento, pausado, y que lo ahora detenido en ese desequilibrio perpetuado volverá a su estado de equilibrio sosegador.
El resultado es una muestra que sugiere un movimiento lento, una cronología, una generación, un ciclo. Como los días que vivimos, que son una pequeña vida completa de 24 horas con su nacimiento en el amanecer y su pequeña muerte diaria en el sueño nocturno.
Este ciclo que hace rotar la exposición se ve acentuado con la selección de la pieza del año 1992 de los fondos del Museo de Navarra, una de mis primeras esculturas, y ahora, 30 años después, se siente como el inicio de este tránsito, la escultura que abre y cierra el uróboro.
Javier Muro